“La muerte y la soledad de la muerte son las únicas certezas comunes a
todos. ¡Cuán extraño es que esa única certeza, esa única comunión sea casi
incapaz de influir sobre los hombres y que tan lejos estén de sentir esa
fraternidad en la muerte! Advierto con placer que los hombres se resisten en
absoluto a concebir la idea de la muerte y desearía contribuir a hacerles más
digna cien veces de ser meditada la idea de la vida”
Friedrich Nietzsche
La muerte.
El concepto de muerte es
descripto por los diccionarios de la forma más simple y concisa posible: “Muerte:
fin de la vida.”. Sin embargo, definirla de una manera tan breve como ésta
significaría, además, tener que pensar y explicar qué es la vida. La vida es el
proceso de muerte. Es decir: mientras avanzan nuestras vidas, mientras crecemos
y mientras vivimos el día-a-día, a su vez estamos acortando el tiempo que queda
entre nuestro presente y el momento en el que dejaremos de existir como cuerpos homeostáticos. En el momento en el que un bebé nace, comienza su vida; pero a
su vez, su muerte.
Lo cierto es que nadie puede
tener certeza de prácticamente nada. Nadie está apto para decir qué sucederá en
diez años, en una semana o en dos minutos. La vida es una constante variable,
una serie de puertas y caminos que atravesamos al tomar decisiones, al realizar
ciertas cosas; no sabemos que hay detrás de cada puerta, no sabemos con qué nos
vamos a encontrar. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que al final
de tantos pasillos, solo hay un destino posible: morir.
¿Qué es morir? Bueno,
depende de a quién se le pregunte. Un cristiano te puede decir que es un pasaje
al paraíso, es la entrada a un mundo en el que el cuerpo carnal no puede
resistir, sino que solo el alma y el espíritu de la persona es elevado al cielo
para volver con su creador, con Dios. Un budista sostiene que la muerte es un
hecho fundamental y un sufrimiento inevitable en la vida, por lo que cada ser
humano debe aceptarlo como tal con la finalidad de vivir una vida con la
alegría merecida, al descartar la idea de muerte como algo malo. En el antiguo
Egipto creían en un Más Allá llamado “Duat”; su obsesión y su creencia en este
reino posterior a la vida era tal que su mayor preocupación era la de poder
ingresar a el mismo al ser juzgados en el momento de muerte por el dios Osiris,
quién decidiría, de acuerdo a las acciones cometidas a lo largo de la vida del
humano y de la pureza de su alma, si merecía o no la eternidad (cabe resaltar
que veían la muerte como una reencarnación)… Y así podríamos continuar hablando
de muchas percepciones de la muerte a partir de cada religión, pero lo que llama
la atención es que en todas las religiones no se puede dejar de plantear el hecho
de la existencia de ALGO MÁS.
¿Qué hay después de la
muerte? O, ¿hay algo?. La posibilidad de que no exista nada es la que asusta. O
de un mundo completamente distinto y desconocido, en el hipotético caso de que
existiese algo después. Todas estas ideas fueron creando miedos en las
sociedades, necesidad de una contención propia en la cual depositar toda las
inseguridades y calmar sus propios pensamientos.
Además, está el hecho de que
la muerte es un suceso que nos afecta proviniendo del entorno: es causada por
algo alrededor. Por lo tanto, la idea que primero se nos hace de ésta es la de
algo maligno, algo que nos afecta desde el exterior; y que no solo nos puede
afectar a nosotros mismos. Perder a seres queridos, enterarse de pérdidas de
vidas que parecen “injustas”, el miedo a todo eso también existe y a veces es
incluso mayor que el de la muerte misma. Prescindir de la presencia de alguien
a quien apreciamos y no vamos a volver a ver nunca (o por lo menos en esta
vida, para los religiosos) lógicamente nos genera terror, angustia y un miedo
completamente racional y doloroso. Lo cierto es que nunca estamos preparados
para perder a alguien, más allá de nuestra percepción de la muerte. No estamos
preparados para extrañar tanto y tan “de golpe”.
En la teoría de la
reencarnación, se concibe la existencia de un alma o un espíritu, que va
transmigrando en distintos cuerpos y vidas a medida que cada cuerpo muere, y
evolucionando a su vez. Teniendo en cuenta este concepto podemos decir que hay
una parte de nosotros que nunca muere: el alma, o la energía, o la esencia;
pero otro de los temas que hay que plantear es el hecho de hasta qué punto ese ‘nosotros’
nos incluye a nosotros, la persona que somos, con nuestra construcción de
personalidad, valores, creencias y conciencia. En el caso de que ese alma
poseyera alguna de las anteriormente mencionadas cuestiones, al transmigrar a
otro cuerpo, en este deberían aparecer ciertas relaciones con aspectos de la
personalidad, lo que no parece posible si tenemos en cuenta que la personalidad
es un proceso de construcción a través de experiencias y un momento, lugar y
entorno específicos de un cuerpo humano vivo. Al plantearnos esta idea,
suponemos o abrimos la posibilidad de que el alma nunca se aferre al cuerpo, ya
que al dejarlo no se lleva nada de él, dejando a la persona de esa vida y atrás.
Todo esto, claro, en el caso de la reencarnación.
En la antigua Grecia, Platón
planteaba que estudiar la filosofía era prepararse para morir, para desprender
el alma del cuerpo, para aceptar el final como algo normal y afrontarlo a su
debido modo; él sostenía que el alma está “encarcelada al cuerpo”, y que la muerte
es su liberación.
Si pensamos en la historia
universal desde sus comienzos es un tanto sorprendente darnos cuenta de lo
relativamente corto de nuestro paso por este mundo como cierta persona
específica; pero, para nosotros, la vida es todo lo que tenemos. La vida
empieza donde nacemos, nuestra vida, nuestro pensar, nuestras vivencias. A lo
largo de ésta desarrollamos todo lo que necesitamos para alcanzar felicidad,
creamos relaciones, amamos, conocemos gente, aprendemos a sentir. Somos
únicamente conscientes de nuestra propia vida como la persona que hoy somos,
por lo que es lógico y entendible el miedo a la muerte: a perder la vida, a
perderlo todo.
Pero lo cierto, como el
filósofo Nietzsche planteaba, es que la única certeza total que tenemos es la
de que en algún momento a lo largo de nuestro paso por este mundo físico, vamos
a morir. El miedo solo genera más miedo, no nos salva nada; nadie se salva de
morir, y muchas veces las personas no están dispuestas a aceptar esta idea, ya
sea por el simple hecho de la incredibilidad de que tanto se desvanezca con tan
poco o por la no-aceptación de que no exista algo más. En este momento es en el
que nacen las religiones: creencias que especulan sobre lo que sucede después
de la muerte, dioses y paraísos y reinos mejores esperándonos después del
final, del temido final.
Y aun así, en el fondo,
nadie deja de preguntarse, nadie nunca está seguro. Nada es certero, nada es
conciso. Suposiciones, teorías, religiones, ciencia. Dioses. Nada comprobado,
nada en lo que confiar.
Para
finalizar, concluyo con que la muerte está en cada uno. La muerte es un proceso
que comienza cuando empieza la vida: la muerte es la vida, y viceversa. Es
irreversible, definitiva y permanente. Es universal, ya que todos vamos a
morir. Ya que estamos todos constantemente muriéndonos. No existe el orden “vivir,
luego morir”; son cosas que suceden juntas.
Y
más allá de que eso pueda sonar un tanto cínico, no hay que tomarlo como tal
cosa. La muerte es algo natural, es algo que sucede desde los orígenes y va a
continuar sucediendo hasta el final. Temerle solo genera malestar, es algo que
no se puede modificar.
Piensen
lo que piensen todas las religiones, todas las distintas cabezas opinando y
creando distintas hipótesis, no podemos basarnos en lo incierto. Y lo incierto
es todo, menos morir. Qué hay más allá, es otro tema. Nunca vamos a saber si
hay algo más allá, hasta que lleguemos más allá.
Y
quizá ni siquiera en ese momento logremos ser conscientes de lo que vamos a
estar viviendo.
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